Entre el ruido de los tornos y el olor a metal, el esteliano Manuel Hernández descubrió hace 15 años que las piezas que muchos dejaban tiradas en su taller podían convertirse en creaciones únicas, funcionales y decorativas.
Todo comenzó cuando sus hijos, aún pequeños, le pedían juguetes que él no podía costear.
“Por circunstancias de la vida uno aprovecha y tiene ideas, crea arte”, expresó Hernández.
La necesidad, como muchas veces ocurre, se convirtió en creatividad: Manuel, con los restos de metal que quedaban en su taller, empezó a fabricar carritos, motos y muñecos.
Poco a poco, lo que inició como un gesto de amor paterno, se convirtió en un pasatiempo que también es un ingreso económico extra.
En su taller, Manuel fabrica desde pequeños robots metálicos hasta adornos para jardines, áreas para tomar selfies y muebles únicos que encantan a quienes lo visitan.
Los materiales llegan al taller por los mismos clientes que los dejan, otras veces él los encuentra.
Aunque su trabajo formal sigue siendo el torno, para Manuel, cada creación es una oportunidad de dar nueva vida a lo que parecía inútil, de inspirar a otros y demostrar que el arte también puede surgir entre fierros y chispas.