Entre cuadernos, juegos didácticos y con una profunda vocación, la maestra Angelita Ruiz Salinas forjó su legado como una de las educadoras más comprometidas con la educación especial e inclusiva en Estelí.
Aunque hoy está jubilada, su pasión por enseñar sigue más viva que nunca, ahora desde su hogar, donde continúa apoyando a niños y familias que necesitan orientación.
Con una voz serena y una sonrisa que revela ternura y sabiduría, Angelita nos comparte el origen de su vocación.
“Hay padres que me comentan los problemas que tienen en la enseñanza de sus hijos. Al niño no se le puede limitar el aprendizaje”, explicó.
Desde niña sintió una inclinación natural por ayudar a otros, por explicar. Sin embargo, lo que marcó su camino definitivamente fue el encuentro con niños con discapacidad en las aulas de clases.
Durante más de 30 años, Angelita se dedicó a la docencia activa en Estelí, especialmente en centros de educación especial y escuelas regulares donde fue pionera en promover la inclusión educativa.
“Cuando ingresé a los servicios de educación especial, allí aprendí a ser mejor y a entender a los niños”, comentó Angelita.
Para Angelita, la inclusión en el aula significa reconocer que cada niño es único y valioso. “Cada niño es diferente. En un aula hay distintos tipos de pensamiento, que cada docente debe descubrir”, añadió.
Desde su jubilación, Angelita no ha colgado su vocación. Ofrece apoyo a madres, hace material didáctico, orienta a docentes y mantiene contacto con exalumnos.
“La profe ha sido una persona fundamental para que yo llegara a donde estoy, a punto de convertirme en ingeniero en sistemas”, comentó César Torres González, estudiante de Angelita con necesidades especiales.
A los maestros jóvenes les deja un consejo sencillo pero poderoso: Que no olviden que enseñar es amar. Con cariño, paciencia y creatividad se pueden derribar muchas barreras.
Angelita Ruiz Salinas no solo fue una maestra de educación especial. Fue, y sigue siendo, una maestra de vida.